El Tornillo

Un tornillo es un plano inclinado enrollado alrededor de un núcleo central. El objetivo del plano inclinado, como el de cualquier máquina simple, es disminuir la fuerza necesaria para realizar un trabajo.

Antonio Velasco Piña, en su libro “Regina”, propone que la historia es una espiral, que es una secuencia en ascendencia de círculos concéntricos.

A veces yo me pregunto si esta espiral ascendente puede presentarse también a lo largo de muchas vidas, de distintos individuos ascendiendo alrededor de un eje común, de tal forma que pareciera que sus vidas se repiten, pero que al verlas desde una perspectiva más amplia, no se sobreponen, sino que se continúa una detrás de la otra, como círculos concéntricos que se unen. Si unimos entre sí estos círculos y los extendemos, encontramos un plano inclinado, es decir, un camino hacia arriba, hacia la cúspide, en ascendencia, con una pendiente tan empinada, que sería sumamente difícil ascender sin formar estos círculos. Yo creo que este camino ascendente es como una carrera de relevos: un individuo asciende, da todo lo que tiene y cuando su energía se agota, pasa la estafeta al siguiente individuo o grupo de individuos para continuar la carrera hasta llegar a la meta.

Ahora, ¿de qué meta estamos hablando? Yo propongo que la meta común de la humanidad es la evolución de la conciencia colectiva. La carrera hasta la cima es tremendamente difícil de llevar a cabo y por ello toma muchas vidas, de muchos seres, para poderse realizar.

Si observamos esta espiral ascendiente, este tornillo desde fuera; el camino seguido podría ser dos cosas dependiendo de la perspectiva desde la cual lo observemos: visto desde arriba serían círculos concéntricos uno adentro de otro. Si lo observamos desde un costado, podrían parecer saltos discretos, o en otras palabras, saltos cuánticos.

El rabino Yechiel Shemer, entrevistado en Israel por el Dr. Jacobo Grinberg, le dijo: “Existen muchas gentes que son la reencarnación de una misma, pero en sus distintas porciones. Esto es así por dos razones: primero porque alguna de las partes o niveles de alguien del pasado requiere perfeccionarse y si nos toca es para resolver a través de nuestra ida esa parte. La segunda razón es por el contrario, esa parte que nos tocó nos ayudará a desarrollarnos. Al final, se debe alcanzar la singularidad de cada uno, es decir, la verdadera identidad en Yehida, pero eso sólo se consigue después de una labor ardua de purificación. El término hebreo Tikun*, describe este  Proceso de resolución de problemas pendientes y la vida que vivimos es la oportunidad para lograrlo. Al mismo tiempo, nuestra propia labor de purificación, limpia las partes de otras gentes que tenemos en nuestro interior. También se reciben partes por impregnación del Aura, pero estas almas que se nos conectan lo hacen temporalmente.” (La Batalla por el Templo, Pág. 250)

*Semejante a lo que conocemos como karma

Después de la publicación de la serie de libros “Los Chamanes de México”, Jacobo se convirtió en una controvertida celebridad. Lo invitaban de muchos países para hablar sobre sus investigaciones.

En uno de estos Congresos, realizado en España, (al que casualmente asistió como chamán invitado Iván Ramón del Ajusto, quien es gran amigo mío y que ha compartido conmigo muchas enseñanzas), Jacobo conoció a José, que había leído sus libros, y, profundamente impresionado, decidió buscarlo para relatarle la siguiente historia que Jacobo relata en su libro autobiográfico “La Batalla por el Templo”:

“En la década de los 50 un inmigrante europeo se dedicaba a dar clases en una de las Universidades norteamericanas, le llamaban “el viejo” por su edad y en consideración a sus conocimientos y sabiduría. Además de sus labores docentes, dictaba conferencias, escribía libros y dirigía un grupo de desarrollo de la Conciencia. Un día anunció que se pensaba retirar e invitó a sus alumnos a acompañarlo con la condición de que abandonaran posesiones y apegos y aceptaran vivir una vida simple y dedicada a su propio desarrollo espiritual. Los esperó a cierta hora, en la estación del ferrocarril. Cuando todos estaban listos para partir, extrajo de su bolsa un papel en el que tenía anotados (de antemano) los 5 nombres de los discípulos que se habían presentado. Juntos se establecieron en una cabaña situada en una reservación india y durante años se dedicaron a crecer. El maestro se llamaba Jacobo Albert Grinberg-Zylberbaum y un buen día desapareció. Los testigos presenciales afirmaban que salió  a caminar al bosque y súbitamente se esfumó.

Sus discípulos se dispersaron y cada cual se dedicó a enseñar lo que había aprendido a jóvenes interesados. Uno de ellos, José, radicaba en España y al entrar a una librería encontró algunos libros de Grinberg. Los leyó y se percató de que las enseñanzas coincidían, punto por punto con las enseñanzas de Albert. Los libros eran míos y lo único que no coincidía era la juventud del autor. Sospechando que algún procedimiento misterioso había rejuvenecido al “viejo”. José decidió visitarlo en México, donde residía. Cuando me ofreció detalles de la vida del maestro, de sus intereses y enseñanzas me di cuenta de que coincidían con los míos. La fecha en la que Albert se esfumó correspondía con el instante  en el cual vi a mi madre, en brazos de Moishe, retornar de su operación cerebral.

Había escuchado, de labios de grandes chamanes, sucesos de implantación y sustitución de personalidad. La propia Pachita era “tomada” por Cuauhtémoc durante las operaciones mágicas que realizaba. Comencé a sospechar que en medio del shock y la apertura que la visión de mi madre mutilada me habían provocado, el espíritu del “viejo” se había introducido en mi cerebro y me había guiado a partir de allí.  Pero entonces ¿quién era yo? Y ¿cómo distinguirme a mi mismo de quién me ocupaba? Traté de desechar tales consideraciones porque me colocaban en una situación imposible de resolver y a fin de cuentas ¡qué importaba! Si Albert me había localizado por cierta afinidad ¡más que mejor! Recordé las enseñanzas nocturnas de mi infancia y los mandatos para colocar mis manos encima de libros especializados para que se me transmitiera su contenido, rememoré toda mi evolución paso a paso. Mi interés por las mimosas púdicas (mismo que había desarrollado el “viejo”), el paso de los vegetales a los gatos, monos y al cerebro humano. La fascinación por encontrar una explicación para la percepción y el misterio de la conciencia y la Unidad… Todo parecía planeado paso por paso en un orden lógico y supremo que indicaba provenir de un guía superior. ¿Era Albert el arquitecto del plan y  yo una simple herramienta en sus manos para realizar sus deseos?” (La Batalla por el Templo, Págs. 168-169).

No puedo dejar de sorprenderme de la similitud de las vidas de Jacobo Grinberg-Zylberbaum, mi maestro  y mentor, y de Jacobo Alberto Grinberg-Zylberbaum, el maestro de José en los años 50. Sus vidas se repiten de manera asombrosa. Ambos dedican su vida al estudio de la Conciencia, ambos desaparecen súbitamente, e manera misteriosa, dejando a sus discípulos sin guía.

La labor de los discípulos de Jacobo Albert Grinberg-Zylberbaum fue sobreponerse al dolor causado por la desaparición de su maestro y difundir los conocimientos adquiridos bajo su tutela. Uno de estos discípulos, José, encontró a nuestro Jacobo Grinberg-Zylberbaum, a nuestro maestro y le contó esta historia. Jacobo se sorprendió muchísimo y sospechó que parte de las enseñanzas de este maestro habían entrado en su mente de manera directa a raíz del profundo impacto ocasionado por la cirugía de su madre.

¿Será verdad que, como dice el rabino Shemer, la estafeta fue pasada de uno a otro? ¿Será que la tarea de transformar la conciencia Colectiva es tan ardua que se requieren de muchas vidas de muchos seres para que se lleve a cabo? Y, si se alternan maestro, discípulos, maestro, discípulos… ¿Cuál es nuestro rol ahora?

¡¿Ha llegado nuestro turno de tomar la estafeta?!

 

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Amira Valle

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