En Enero de 1994, la gran novedad era el ultra moderno equipo de registro y análisis neurofisiológico llamado Neuroscan. Este programa permitía generar mapas bidimensionales de la actividad eléctrica del cerebro, así como de diversos parámetros de gran utilidad en el análisis de dicha actividad cerebral, tales como la coherencia entre las diferentes zonas del cerebro registradas.
También contaban con el programa TOPCOR, desarrollado por Mark Pflieger específicamente para el Dr. Grinberg, y que permitía determinar matemáticamente cuáles de estos topogramas describían secuencias similares de patrones de actividad EEG.
Jacobo había estado en contacto con el Dr. D. Lehman, quien acababa de publicar un artículo en el cual reportaba haber encontrado patrones de actividad eléctrica semejante a los cuales llamó “microestados”, cuya duración aproximada era de 143 MS.
Utilizando las dos nuevas herramientas con las que se contaba en el Laboratorio, el Dr. Grinberg se propuso abordar el experimento de Lehman por una nueva ruta, con el objetivo de determinar si se encontraban patrones de actividad eléctrica invariables que constituyeran los “elementos de los pensamientos”, tal como las letras en una palabra. No solo se consideraba importante determinar si existían estos “átomos de pensamiento”, sino también la duración de los mismos, ya que el Dr. Grinberg había trabajado hacía algunos años en experimentos encaminados a determinar la “duración del presente”, la cuál encontró era más grande mientras más complejo fuera el mecanismo cerebral para interpretar los estímulos recibidos por las terminales sensoriales y convertirlos en información.
Se realizaron registros de siete sujetos, cuyas edades se encontraban entre los 20 y los 82 años y se analizararon visualmente los topogramas (mapas bidimensionales de la actividad eléctrica del cerebro), milisegundo a milisegundo se determino cuándo había una gran semejanza, cuándo empezaban a cambiar y si estos cambios eran abruptos o graduales.
En un principio el experimento fue diseñado solamente para replicar el trabajo de D. Lehman aprovechando las nuevas herramientas de Neuroscan y Topcor, pero cuando al analizarar los registros de cada individuo, nos fuimos dando cuenta de que nuestros resultados tenían implicaciones insospechadas, que podrían llevarnos a explorar la incógnita más profunda con la que todos nos enfrentamos algún día y que constituye la piedra angular de las filosofías y religiones orientales: ¿Qué es el “yo”?
El Budismo nos dice que lo que experimentamos como un “yo” sólido, estable, independiente e inmutable, es en realidad un “continuo mental”, es decir, una sucesión de instantes de percepción, que cambia instante a instante, momento a momento, pero que este flujo es individual. La analogía para entender esta definición sería un río, donde el agua que pasa por un punto es nueva y diferente a cada momento, sin embargo el cauce que sigue es siempre el mismo y por ello al ver un río, lo percibimos como “el río”, algo sólido, estable, permanente.
Esta interpretación no se aplica únicamente al “yo”. Todos los aspectos de la realidad son ulteriormente cambio continuo. Aquello que percibimos como concreto o sólido, como una roca por ejemplo, no es más que un movimiento continuo de electrones y partículas subatómicas que constituyen los elementos que forman la materia, donde predominantemente tenemos espacio vacío.
Lo que nos hace percibir como sólido y estable algo cuya naturaleza es que es un cambio y mutación no es más que el patrón repetitivo que siguen estos cambios, es decir, el cauce que sigue el agua del río.
Al analizar los topogramas pudimos observar un cambio continuo, un flujo incesante de mutaciones graduales, pero dentro de este cambio, existían patrones. De pronto, los topogramas se hacían semejantes entre sí. Aunque no eran idénticos, al observarlos en conjunto, se los podía clasificar como pertenecientes a una misma familia. Esta semejanza duraba un cierto tiempo y gradualmente cambiaba hasta que tomaba otra conformación donde nuevamente un grupo de topogramas presentaba una naturaleza semejante y se podían asociar nuevamente como pertenecientes a otra nueva familia. A pesar de que los cambios entre una conformación estable eran graduales si el intervalo de tiempo que se consideraba era de fracciones de milisegundo, estas transiciones eran insignificantes comparadas con el tiempo en el que las familias de topogramas semejantes parecían permanecer. Observar estos cambios era muy semejante a observar las nubes. Podemos ver que la nube está cambiando continuamente pero de pronto toma la forma de un gato y aunque sigue cambiando instante a instante, la seguimos percibiendo como gato por un tiempo y de pronto este cambio continuo la lleva a adoptar la forma de un conejo y la vemos como conejo por otro rato, aunque es un conejo ligeramente distinto a cada instante, hasta que no es más un conejo y ahora es un caballo, y la vemos un rato más como caballo, distinto instante a instante, pero con un patrón coherente que al percibirlo, nuestro cerebro lo interpreta como caballo y así sucesivamente.
Inicialmente nuestro interés estaba en determinar si existían grupos de topogramas que fueran tan semejantes entre sí que se pudieran agrupar como pertenecientes a una misma familia. Para determinar esto, una vez analizados visualmente y determinando las semejanzas, se aplicó el programa que matemáticamente determina cuáles topogramas presentaban una semejanza. Una vez determinadas estas familias de topogramas semejantes, el interés era ver durante cuánto tiempo se presentaba este patrón y la predicción era que el tiempo sería aproximado al encontrado previamente. Encontramos que efectivamente habían familias de topogramas muy semejantes entre sí, pero el tiempo promedio de duración de estos grupos de topogramas resultó ser mucho menor que el encontrado por el Dr. Lehman. Concluímos que debido a la metodología y tecnología que utilizamos, mucho más sensible a los cambios graduales, y el criterio preestablecido para decidir cuándo unos topogramas eran suficientemente parecidos entre sí como para considerarse pertenecientes a una misma familia, nuestros resultados difirieron con los microestados. Por esta razón, denominamos a las unidades que nosostros hayamos “nanoestados”, y pensamos que estos nanoestados pueden considerarse subunidades de los microestados, así como las letras forman palabras, o los electrones, protones y neutrones forman los átomos.
Con estos hallazgos, nuestra pregunta siguiente fue si estas unidades combinadas entre sí pudieran estar formando un mensaje, un código, un patrón particular en cada individuo los resultados presentan como son prácticamente iguales los mapas cerebrales de cada individuo en las diferentes sesiones y cómo estos mapas son totalmente distintos a los del otro sujeto.
El significado de estos resultados es de una relevancia trascendente. Esto significa que los patrones que utilizamos para combinar entre sí las unidades o átomos de pensamiento son consistentes en cada individuo y que es este patrón coherente y no el contenido, lo que constituye la individualidad y nos genera la sensación de un “yo” sólido, estable e independiente.
Las conclusiones de estas observaciones resultaron ser de tal trascendencia y relevancia, que lo que se inició como un artículo científico denominado “Scale of Electroencephalographic and Topographic Brain Activity; Nanostates, Microstates and Macrostates in the Human Brain” dio lugar a la elaboración de un libro titulado * EL YO COMO IDEA (Grinberg-Zylberbaum 1994, Ed. INPEC).
Para el practicante y estudiante de Budismo, y para mi, esto es toda una revelación haber podido participar en este experimento y en el análisis e interpretación de toda la información. Llevaba un año estudiando en Casa Tibet el texto budista “Appearance and Reality” de Guy Newland, donde se analiza la naturaleza del vacío, la carencia de la existencia inherente de todos los fenómenos y particularmente del “yo” y de repente, me encuentro trabajando con estos topogramas que me muestran visualmente cómo la percepción y el pensamiento cambian instante a instante, momento a momento y mucho más importante, cómo la secuencia de estos cambios obedece a un patrón particular, coherente en cada individuo. Yo considero que ha sido uno de los regalos más grandes que me ha dado la vida. Fue como haber podido retirar el velo que guardaba celosamente uno de los conceptos más profundos y difíciles de entender en el Budismo: el vacío. La ciencia me permitió observar directamente la naturaleza transitoria y cambiante de la identidad personal y de la percepción con gran claridad, lo cual es un privilegio que solo grandes meditadores pueden alcanzar en estados profundos de atención. La certidumbre y convicción de que la realidad no es más que una serie de cambios continuos y que la solidez y la permanencia no son más que una ilusión resultado de patrones de interpretación utilizados por mi cerebro, ha sido uno de los mejores regalos que la vida ha podido darme. Considero que el haber llegado a trabajar en el Laboratorio del Dr. Grinberg en ese momento preciso de la historia y con el entrenamiento científico y budista que me permitieron entender cabalmente los experimentos diseñados por su mente genial, debe haber requerido un gran karma positivo que no tengo idea de cómo ni cuándo logré acumular.
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Amira Valle